La vio venir imperterrida y adusta,
sintió en su cuerpo un aullido salvaje que perturbó
hasta el viento que se colaba inmisericorde en su cabello,
en sus senos, en su cintura, en sus ojos,
en su garbo, ese garbo dedicado exclusivamente a perturbar el sueño.
Él no podía apartar la vista de aquel corcel
de firmes senos que se acercaba enlutando la respiración
y paralizando las piernas.
Era una mujer hermosa que en camara lenta
retaba al mundo sin esperar bendiciones.
Pasó a su lado en un silencio insondable que solo
era acompañado por el sentir de sus tacones y lo cotidiano de la calle.
Quedó observandola como un árbol sediento
y sintiendo que sus huesos se esparcían por su cuerpo
y ni maestros, ni aprendices pudieron poner en su boca
la palabra perfecta para aquella mujer que pasó
dejandolo como un cristal incapaz de gritar y sabiendo
que jamás olvidaría aquel dia que una desconocida
cerró su boca y sentenció su recuerdo
Gerardo Canadell Canga|Profesor Universitario
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